viernes, mayo 26, 2017

"Contra el presente vergonzante..."

Fue en los ochenta, a principios de esa década inolvidable, o tal vez en 1979, poco después de la división con Altamirano, con 10 u 11 años a mí haber, que en un teatro de París caminábamos en fila hacia el escenario , esos niños de ayer,  con nuestras camisas blancas y pañoletas rojas al cuello, rosas rojas en ristre, homenajeando a nuestros próceres de la época. Pioneros éramos y fuimos, la descendencia de esos hombres y mujeres que aspiraban a construir un mundo mejor, fiel a la utopía del hombre nuevo, con la disciplina fiel de quienes habíamos sido expulsados lejos de nuestra tierra, inexplicablemente, hablando idiomas desconocidos y adoptando costumbres que, con el paso de los años, cambiarían nuestra historia. Mujeres y hombres con sus hijas e hijos, acumulando dolor, nostalgia, desesperanza, en esas maletas que no queríamos desarmar.
Yo nací socialista. La epopeya de mis padres y sus compañeros, vivida durante la UP y luego en el sangriento golpe de estado, me convirtió sin que nadie me preguntara, en el hijo de luchadores. Para mí, desde siempre y hasta hoy, uno héroes. Como una especie de animita de la memoria, los recuerdos del combate en La Legua, Allende, la clandestinidad, luego la cárcel, encendían sus velas a diario en nuestro exilio en Francia.
En la mitad de una adolescencia tormentosa y ya cuando mi padre perdía las esperanzas de integrarme a la lucha, me hacía militante, empujado también por algún sueño romántico de carne y hueso. Luego, vinieron las lecturas, el estudio y el convencimiento de que mi tarea y lugar se encontraban lejos de ese París de las luces y fue cuando decidí partir, volver a la patria sufriente, tan lleno de sueños libertarios. "Militantes puros y sinceros", nuestros mártires y ejemplos a seguir, señalaban el camino de la lucha. Camú, Ponce, Lorca, Godoy (el más joven y cercano a nuestra generación, todos quisimos ser Carlitos). Fuimos jóvenes dispuestos a todo, sin pedir nada a cambio. Leales y consecuentes, aguerridos y subversivos, "prometiendo jamás desertar". Sobrevivientes prematuros de las divisiones del Partido, cada cuál tomando partido por una u otra fracción, incluso siguiendo el delirio mesiánico de algunos dirigentes que, a la postre, se harían humo, con destinos inciertos y otros macabros.
A mí no me duelen las inversiones del PS en empresas manchadas con sangre. Mi capacidad de asombro se extinguió hace años, tratándose de "esos compañeros". Rompimos con ese dolor, al presenciar el desmoronamiento de nuestros sueños, juntos a quienes consideramos alguna vez nuestros líderes indiscutidos. Yo sufro con el dolor de otros. Por quienes todavía creen que el sueño es posible desde ese viejo partido irreconocible. Ese partido diverso que me contara mi padre, del Frente Popular, de la República Socialista, de Allende. Un partido que, paradójicamente, inició su marcha fúnebre con la llegada de nuestra pequeña democracia, para luego morir en los palacios del poder y del dinero, donde la palabra compañero, provocaba muecas de disgustos. Pusilánimes los puños en alto, ya no convencían a nadie. La figura de Allende incomodaba, qué decir de otros mártires más anónimos. Simplemente, fueron borrados de la historia que reinventaron ellos. Ahora, de seguro figuran en listas prohibidas, en los mismos sótanos donde esconderán sus vergüenzas, "reafirmando la fe socialista, que es deber sin descanso luchar".