lunes, diciembre 19, 2005

Santiago


Santiago, aunque no lo creamos, tiene cierto aroma.
Aroma a lejanía, a colegiala uniformada, a mote con huesillos, algunas veces a durazno y cuando queremos, huele a agitada melancolía, a poderosa añoranza del pasado.
En Santiago, podemos jugar a buscar el viento, a descubrir el amor o a conversar de fútbol con un viejo-viejo habitante de esta capital. Santiago, también, huele a vino bueno, malo y no tanto y podemos dibujar con el dedo sobre una servilleta de bar o sobre tu espalda aceituna.
En Santiago, todavía se puede hacer poesía y lo que es mejor, todavía se practica el amor en los parques llenos de gente.
Santiago, además, tiene nombre de amigo.
Santiago no ha renunciado a la primavera.
Santiago es fragancia de la tierra.
Y cuando pasas por Santiago, la ciudad también se perfuma un poco de tí, de tus ojos oscuros, de tu caricia sincera, de tus miedos viajeros.

Primavera de 1996.