sábado, enero 22, 2005

Muerte en La Estación


La navaja, bajo el azul del paletó, escondiendo el brillo de la muerte, disimulando junto a la mano firme y decidida, el futuro oscuro y triste de un amor hecho trizas.
La distracción, a media tarde, que provoca la siesta después del polvo final, parecía facilitar las cosas, justo cuando ella ingresó al andén, bostezando sin disimulo su cansancio carnal.
Sin paletó es mejor, cosa que alcance a asustarse, que vea la señal inequívoca de la despedida fatal.
La navaja, como espejo mortal, se entierra con facilidad en la piel con jabón, en esa mañana traicionera de camas alquiladas y traguitos incluídos. La cortina se baja, cayendo la víctima de lado, ofreciendo no sin pudor, el curioso espectáculo de su corazón dividido, de su pecado mortal descubierto.
El tren de la hora acordada echa a andar lentamente su maquinaria cósmica del olvido: el de la navaja no se detiene, ni mira atrás, mientras camina ufano, a devolver el boleto que ya no utilizará.